¿Estamos preparados para escuchar la verdad? La “verdad” no como realidad única ni como verdad cósmica, religiosa o existencial, sino la verdad como reconocimiento del propio dolor, la verdad como el acto humano de validar un sentimiento propio o ajeno, la verdad no como interpretación subjetiva de una vivencia o una experiencia, sino como un sentimiento nato, desnudo. El indagar acerca de esta clase de verdad, puede confundirnos y parecer conducirnos a un laberinto sin salida. ¿Por qué? Porque inevitablemente remembramos el pasado, o por lo menos, lo que creemos del pasado…
Los recuerdos no son otra cosa que significados que hemos venido resignificando por mucho tiempo. Conforme pasa el tiempo, un sólo hecho se transforma, se exagera o se subestima. Sea como sea, muchas veces erramos en aferrarnos a nuestros propios significados.
Para nuestra persona, para nuestro mundo emocional, es tan real que lo defendemos y basamos todo nuestro actuar en esas viejas heridas. Claro está que, aun cuando es un proceso totalmente natural, también es una percepción totalmente egocéntrica. Nuestras vivencias pierden veracidad en el instante en el que dejan de suceder, es decir, cuando abandonan nuestro presente y se convierten en hechos pasados. Es allí cuando nacen los recuerdos. Los recuerdos son etéreos y nebulosos por el accionar del tiempo. En el momento en el que hablamos de un hecho en un considerable tiempo atrás, sólo queda una imagen distorsionada, una versión alterada del acontecimiento y, ante todo, imperan los significados.
El pasado no está libre de idealizaciones, de exageraciones y de versiones de nuestras creencias. Resaltamos lo que nos conviene para convencernos de la “veracidad” de nuestra compleja versión de la realidad. Podemos vivenciar argumentos o experiencias que evidencian nuestro error, nuestra obsesión, sin embargo moldeamos nuestra vida según nuestra razón e interpretación para no tener que enfrentar lo doloroso que puede ser el aceptar toda un vida en “falsedad”. Aunque, ¿falso para quién? No para nuestra mente. Podemos repetir tantas veces una mentira que inevitablemente terminaremos creyendo en ella e incluso, haciéndola realidad.
Muchas doctrinas se sumergen en la necesidad de “estar presentes”. Pareciera que este presente excluyera nuestro ego, nuestra temporalidad, nuestra historia. Sin embargo, estar presente es aceptación, es saber estar en tiempo real a pesar de nuestros ideales, remordimientos y múltiples personalidades. Es saber ser y estar con nuestra aparente oscuridad y debilidad, con nuestra profunda vergüenza… Finalmente, nuestra mente no sabe distinguir entre pasado, presente y futuro. Por ello, cuando elegimos recordar, regalamos y dedicamos momentos de nuestro presente al pasado e, inevitablemente para nuestra mente, nuestro pasado es presente. Cada vez que recalquemos que el pasado pertenece a otro tiempo, asegurémonos de que sea así, no desde una perspectiva evasiva o de negación, sino reconociendo la existencia de esos esquemas y significados y que, al abandonarlos e insostenerlos, podremos movilizarnos con mayor facilidad en el ahora.
Es claro que la memoria cumple una función de supervivencia y de aprendizaje. Sin embargo, también puede tornarse en contra nuestra cuando el poder con el que la alimentamos está basado en la aprehensión y en la resistencia. La idea del “cielo” o la premisa de la liberación y contemplación del nirvana, debiera estar destinada a reconocer la perfección que reside ahora, aun en nuestros aparentes errores. Por lo mismo, restemos poder a los limitantes e inalcanzables ideales de perfección egocéntrica y destinemos nuestro poder a la auto aceptación; “así fue, así es y por eso soy…” Funjamos la aceptación como práctica cotidiana y en esa medida, comenzaremos a aceptar al otro.
Recordemos que nuestra individualidad no es un ente aislado o separado de los hechos sociales, culturales y medioambientales. Al trabajar la autoaceptación, nos encontraremos inevitablemente con los personajes secundarios de nuestra historia, así como el contexto que la rodea. El emprender la búsqueda hacia nuestra salud mental y emocional es la vía más accesible a la tolerancia; una vez que seamos menos severos y críticos con nosotros mismos, dejaremos de proyectar continuamente hacia el exterior nuestro malestar y nuestra carencia interna. Por ello, prestemos atención y sintamos activamente los fenómenos que nos rodean y los que residen en nuestro interior, antes de emitir juicio alguno…
Gracias por leernos.
Texto: Regina Olea
Ilustraciones: Bruno Raul Rivera / Bolivia