Mucho se ha hablado de que la “toma de conciencia” es fundamental para la resolución de las distintas problemáticas sociales, ambientales, políticas e incluso personales. También, el término se ha utilizado para traer “a la luz de la conciencia” muchos tabúes, represiones, miedos y demás cuestiones que han permanecido ocultos. Gracias al análisis de Josep María Puig Rovira, podremos indagar en las implicaciones sociales que la tan afamada y nombrada “conciencia” lleva consigo (las implicaciones psíquicas de este concepto no nos competen en este momento). Rovira expone tres reguladores morales que nos permiten la convivencia y la adaptación al medio.
El primero es el de origen biológico, que consiste en conductas preprogramadas (como altruismo, emparejamiento, territorialidad, prohibición del incesto, agresión, etc.) que resultan eficaces para la convivencia en medios de escasa acumulación cultural y reducida a ámbitos familiares y a pequeños grupos. Cuando aparecen formas de vida urbanas más densas, surge el segundo regulador, el cerebro, el cual, toma el mando para resolver problemas más complejos, en los que las normas que se transmiten de una generación a otra siguen siendo de utilidad. Cuando la complejidad y la diversidad del medio social es tal, que las propuestas normativas del cerebro resultan insuficientes, aparece la conciencia como un regulador socialmente construido
Aquí, la conciencia ya no aporta soluciones concretas, sino que aporta mecanismos para idear nuevas soluciones. En un aspecto positivo, la conciencia nos permite adquirir una mayor flexibilidad y autonomía, pero perdemos, a su vez, seguridad y firmeza, además que en ella estamos expuestos al autoengaño y al error. Según este autor, los peores actos que ha realizado la humanidad y los individuos son los que se originan en el uso perverso y equivocado de la conciencia. Por otro lado, la conciencia se ha utilizado también para develar estados políticos y sociales de dominio (opresor – oprimido), tal como lo expuso Freire.
Sea cual sea el uso de este concepto, la conciencia aparece como un principio y no como un fin; aparece de manera emergente y novedosa, mas no como un estado último de contemplación; aparece como “la única alternativa” a nuestro alcance en tiempos de crisis y no como un ideal en un discurso de retórica; aparece como un mecanismo de orden superior a disposición y voluntad de los sujetos sociales, mas no como una estrategia de implementación social indiscriminada. De esta manera, cada que escuchemos esta palabra, en apariencia simple y de uso común, recordemos que trae consigo una serie de libertades, de responsabilidades y de incertidumbres personales y sociales que se irán aclarando y sedimentando según el uso que hagamos de ella.
Por ello, si la deseamos con toda viva voz y con todo apasionado anhelo, hagamos retrospectiva de lo que estamos dispuestos a sacrificar, tal como la comodidad, la seguridad, la normatividad y las formas y modos que hasta ahora conocemos.
Gracias por leernos.
Regina Olea